¿En dónde
habría dejado
aquel
disfraz terrible
que sólo
daba miedo
a los
guardias de enormes correajes,
fusilones al
hombro
y negras
cartucheras?
¿En dónde el
inocente
vestido de
viejita
con el que
las muchachas se reían
porque
sabían del engaño y la intención?
¿En dónde
aquel correr
porque nos
perseguía por la calle
el guardia
local que mandaba el alcalde
con su temor
a ser él mismo
objeto del
escarnio,
de la
atrevida burla?
¡Chanzas tan
inocentes como nosotros mismos,
jóvenes
asustados
porque en
aquellos años
no había
manera de que encontráramos
la espita de
salida,
el hueco
por donde
respirar!
¿En dónde la
francachela organizada,
con premios
y ordenados
desfiles
variopintos
que nos
fueron cansando
a base de
brillante y académica,
multitudinaria y controlada orquestación después?
Aquí,
cenizas y recuerdos.
¡Y nueva
gente
capaz de
confiar
en la retoma
de proyectos,
pues también
tienen sueños
y su pedazo de buena
voluntad!